Uno se cura todo cuando duerme,
cuando uno duerme y sueña ese lugar.
Ese lugar de campo siempre verde
y las colinas bajas, sólidas
de un cielo horizontal.
Uno se cura todo cuando habita
una casita con ventanas
donde siempre hay qué mirar.
Hoy desperté soñando con el sitio
donde imaginé de niño
que de grande iba a habitar.
El suelo ahí en mi casa es de cuadritos.
Cuadros negros y blancos de ajedrez.
Con tres ventanas, vivo en un cuartito,
desde donde veo como es
todo al derecho y al revés.
Voy adelante con mi mecedora,
o hacia atrás, según me empuje
o me recline con los pies.
Desde mi puesto tengo buena vista.
Un campo de sueños tengo por jardín.
Un camino de piedras redonditas,
que empezó en mi puerta y parte
serpenteando a algún confín siempre mejor.
Todo sucede y va pasando a diario.
Las mañanas son eternas,
sopla el viento y brilla el sol.
Hay cuentos de conejos, comadrejas, lobos
y zorritos buenos que vendrán para almorzar.
Conforme a mi entender todo es correcto,
el tramposo se cae al pozo, ya el honrado lo vencerá.
Yo soy un gnomo sabio cuando duermo,
y al despertarme me he encontrado al fin
tan lejos de los campos de mis sueños.
Me hice un grandullón risueño,
y me pregunto: ¿qué hago aquí?
No me hagáis caso, sólo estoy pensando
si el colorín colorado no me va a dejar dormir.
Apareció y me levantó temprano
para contaros hermanos... los cuentos que le aprendí.