MAITE ZAITUT, EZ
Aunque trabajó durante cuarenta años
en los Altos Hornos,
en su interior había todavía un labrador.
En octubre, asaba pimientos rojos
con su soldador
en su balcón de casa de barrio.
Su voz era capaz de hacer callar
a cualquiera.
Sólo su hija se atrevía con él.
Él nunca decía te quiero.
El tabaco y el polvo de acero quemaron
sus cuerdas vocales.
Dos amapolas a punto de caer.
Cuando se jubiló, su hija se casó a otra ciudad.
Él le hizo un regalo.
Había ido sacando piezas de la fábrica.
Poco a poco, sus manos
soldaron una cama de acero.
Él nunca decía te quiero