Te debía este vals y aquí lo tienes,
tan simple como el mundo de tus horas,
un pequeño regalo que no quiere
más que darte las gracias de esta forma.
Oh, no llores, si el vals tomó tu nombre
fue al fin porque eres buena y tolerante,
como nadie entendiste mis dolores
y creíste en mis sueños como nadie.
Hermana, hermana,
qué atrás quedó la niñez
la vieja casa que amabas
(el viejo rancho que amabas)
y yo jamás olvidé.
(y el río largo ante él.)
Tu pelo y el mío
prometen un gris,
acaso el otoño
ya esté por aquí.
Hermana, hermana,
rondita tibia y cordial:
abre las manos y guarda
la rosa azul de este vals.
Sin embargo hay un cargo que me abrasa
pues nunca penetré en tus inquietudes
y no fui alguna vez la voz que ansiabas
si un pesar te envolvía entre sus nubes.
Mas, con todo, jamás oí tus quejas
y siempre tus desvelos me auxiliaron
en las horas inciertas de la espera
cuando todo encendía el desencanto.
(Entre paréntesis los versos como fueron grabados comercialmente.)