Un arroyo de cálida voz
y cien lunas que en él se miraban,
nos unieron ayer a los dos,
en un mundo que Dios buenamente mimaba.
Encendiste mi piano y mi fe
con la dulce canción de tu vida.
Fue un oasis tu mano tendida
y en ella, querida, mi vals encontré.
Un oasis hallé entre tus horas,
un oasis, o más, casi el cielo.
Y te angustias y lloras ahora,
te angustias y lloras mirando tu pelo.
Qué me importa si ahora son grises
tus cabellos, que van a nevar,
este beso en tus canas te dice
las horas felices no habrán de pasar.
Si tus labios, que son un panal,
como antes me ofrecen su beso
y tu mano me libra del mal,
como el blanco y leal
caminito de un rezo.
Seca entonces tu lagrima en flor
y sonríe que el tiempo no pasa,
y a la vida y al sol de esta casa,
le sobran las brasas, la luz y el amor.