Nadie sabía tu nombre.
Nadie sabía por qué un corazón
cuando arde nombre no puede tener.
Sólo en la noche
los amores prohibidos conocen la verdad:
dos cuerpos que se abrazan
como si fueran vidrio.
Ya viene la alegría repartiendo coronas.
Abranse en par las puertas de la vida.
Y se cubran los ríos de gallombas.
Que doblen las campanas,
que es blanca como un nardo de cariño,
perfume delicado.
Huyan veneno, espinas y serpientes.
No hay en el mundo un solo enamorado
que al escuchar tu voz no se detiene.
Te buscaba la muerte y yo me sonreía
porque la muerte sabe que tú te llamas siempre.
Siempre siempre jardín de mi agonía,
estrella fugitiva de mi suerte.
Siempre siempre profunda de amarillo
la música invisible que nos hiere.
Tus labios en mis labios
vida mía devolverán la luz que las palabras tienen.
Y un brote incontenible cada día,
tu mismo rostro ayer, mañana, ahora y siempre.