«Por la mañana rocío, al mediodía calor, por la tarde los mosquitos: no quiero ser labrador.» Y yo que me dormía en tus brazos con la boca pegada a tu pecho. El amor de un hombre nos había unido antes de la mañana de invierno en que nací. El viento no puede llevarse el recuerdo de aquel tiempo cuando te quitabas el pan para darme mantequilla. «Por la mañana rocío, al mediodía calor, por la tarde los mosquitos: no quiero ser labrador.» Canción de cuna que entonces ya me hablaba de mi abuelo que duerme en el fondo de un barranco, de un camino polvoriento, de un blanco cementerio, y de campos de uvas, de trigos y de olivos. De una virgen en un altozano, de caminos y atajos, de todos tus hermanos que murieron en la guerra. «Por la mañana rocío, al mediodía calor, por la tarde los mosquitos: no quiero ser labrador.» Eres hija del viento seco y de una enjuta tierra.
De una tierra que nunca has podido olvidar a pesar del largo camino que te obligaron a andar tus hermanos de sangre, tus hermanos de lengua, y todavía quieres morir escuchando alionines¹ cubierta por el polvo de aquella pobre tierra. «Por la mañana rocío...»
¹Alionines– tipo de pájaro