A carcajadas reía un shimmy en la orquesta.
Las serpentinas lucían sus vivos colores.
Música, luz y alegría reinaban en la fiesta
y las parejas bailaban sedientas de amores.
Al oír las notas de un fox-trot
a bailar me invitó un Pierrot.
Pasé un momento de emoción,
sentí una extraña sensación,
al verme presa entre sus brazos.
Entre la harina de su faz,
sus ojos tras el antifaz
tenían un brillo seductor.
Ebria de goce y de placer
en sus labios quise beber
el dulce vino del amor.
Fue tal el ansia que sentí
que yo al besar creí morir
entre los brazos de aquel Pierrot.
No sé qué encanto tenía su boca rosada.
Eran tan suaves sus ojos, su voz tan divina,
que una y mil veces sus labios besé entusiasmada
sin poder verle la cara cubierta de harina.
Al tocar el último fox-trot
de mí se despidió el Pierrot
con él fue mi corazón,
murió esa noche una ilusión.
Sólo ha quedado su recuerdo.
Mi Pierrot, no te veré más
todo ha sido un sueño fugaz,
una aventura sin valor.
Pero en mis labios de clavel
quedó grabado el beso aquel
que su boquita me imprimió.
Ya nunca más podré olvidar,
ya nunca más podré besar
como besaba aquel Pierrot.