A esas chicas alegres de la calle,
que derraman perfumes en la noche,
con las alas abiertas, por si hay
alguien para invitarlas a alcanzar la luna.
Mariposas de escarcha y de cristal,
gaviotas sin rumbo, que al pasar me miran.
Samaritanas del amor,
que van dejando el corazón
entre la esquina y el café,
entre las sombras del jardín
o en la penumbra de un burdel,
de madrugada.
Muñecas frágiles de amor,
que dan a cambio de una flor el alma.
A esas chicas alegres de la calle,
que disfrazan de brillo su tristeza,
compañeras eternas del farol,
del semáforo en rojo y del ladrón,
que sueñan
la llegada de alguien, que tal vez
les regale un perfume de clavel,
y las quiera.
Samaritanas del amo,...