Después de larga jornada,
Cruz Montiel llegó hasta el pago,
donde dejara el halago,
de su cariño mejor.
Encontró el rancho vacío,
secas las flores y mustias,
lleno el ambiente de angustia,
muerto el pájaro cantor.
Sobre la guitarra lloró su querella
y a la ingrata aquella pretendió cantar.
Pero era tan hondo su cruel sufrimiento,
que solo un lamento pudo balbucear.
Si yo la he querido, por qué me ha dejado,
por qué ha destrozado la fe de mi amor.
No sabe que, ahora, andará mi vida
sin tener guarida para su dolor.
Salió vencido al camino,
miró al pangaré ensillado
y de un salto en el recado
a lo criollo se sentó.
Hincó espuelas a su flete
y en la loca disparada
una trágica rodada
al pobre cantor mató.
Caía la tarde, silenciosamente,
el sol, en poniente, su luz ocultó,
la noche sombría, bañando el desierto,
sobre el gaucho muerto su poncho tendió.
Cerca de la huella un alma piadosa,
le cavó una fosa en la tierra fiel,
puso la guitarra como una mortaja
y escribió en la caja: “Por una mujer".