Pobre viejecita, que arrastrando sus piltrafas
va dejando el reguero de su mal.
Tuvo veinte abriles, como todas,
hoy está vieja, incomoda, es un jirón fatal.
Pasa de miseria temblequeando,
una mano va apoyando en un mísero bastón,
y en su mirada, lleva apagada
quién sabe qué ilusión.
¡Oh, divina juventud que te vas,
y dejás el sabor del dolor!
Cuántas noches regresando
después de una “champagneada”,
pobre, la he visto tirada,
sobre un umbral sollozando.
Hojarasca que la vida
arremolina sin fe.
Por el frío veredón
va su dolor haciendo pie.
Hoy en la barcaza de la vida, se declara
casi hundida y se siente naufragar.
Junto al madero de su pena
lleva muerta una azucena, ya la vejez llegó.
Pobre viejecita que en las calles encontramos,
paso a paso, sin familia y sin hogar.
Madre de nadie, hojas al viento
que arrastra la ciudad.