Iba mi huella adelante
por caminos conocidos;
pero vino una tormenta
y se me borró el destino.
Un brillo que duele y queda
me atravesó la guitarra:
eran los duendes recuerdos,
¡pucha qué lindo cantaban!
Se iluminaba el paisaje,
se iluminaba mi pecho:
estaban mis pies descalzos
reconociendo mi suelo.
Una forma de volar
sin buscar había encontrado:
sacar las coplas de adentro
y dar de adentro mi canto.
Yo soy mi propia memoria,
coplillas que voy juntando
pa’ repartir lo vivido,
como quien siembra cantando.
Tal vez un grito callado
hecho de carne madera,
que se mete al huayra muyoj,
para soltar chacareras.
Como decía un paisano,
no hay río cantor sin piedras:
amor y dolor se juntan,
bailando en la polvadera.
Voy con el viento viajando,
para cantarle al olvido;
atrás se muere de antojo
el pájaro del olvido.