Después de algunos cuantos maquillajes,
la vida, que se cree una gran actriz,
descubre que no es más que un personaje
que muere siempre en el final feliz.
En este tragicómico esperpento
de sombras a la busca de un guión,
hay quien se impone el rol del rey del cuento
por no ponerse el traje de bufón.
Tal vez se trate, tal vez se trate
de todo lo contrario,
de huir del escenario
por si cae el telón,
y, sin teatro ni escaparate,
vivir en el arcano
cortando por lo sano
el foco del cañón.
Y sólo ser,
si puede ser,
un ser humano
solo un ser humano
un ser humano solo,
en su única función.
Y nunca satisfechos del reparto,
matamos por hacer un gran papel:
jamás un figurón del tres al cuarto
porque hay que ser cabeza de cartel.
Y así vamos viviendo de acto en acto
con máscaras de gozo y de dolor
sabiendo que no habrá ningún entreacto
en esta farsa sin apuntador.